sábado, 30 de diciembre de 2017

Nacimiento de Jesùs. Visiones de Ana Catalina Emmerick

Nacimiento de Jesùs
Visiones de Ana Catalina Emmerick

INTRODUCCIÒN:
Nuestro objetivo es ver y contemplar el lugar, la situación. Luego oìr lo que cada persona dice o calla en silencio. Finalmente, mirar lo que pasa, lo que esas personas hacen en aquel lugar.

LA ANUNCIACIÒN DEL ANGEL
25 de marzo de 1821. Tuve una visión de la Anunciaciòn de Marìa el dìa de esa fiesta.

He visto a la Virgen Santìsima poco despuès de su casamiento, en la casa de Sn. Josè, en Nazaret. Josè había salido con dos asnos para buscar herramientas de su oficio.

Fui conducida hasta aquella habitación por el joven resplandeciente que siempre me acompaña, y vi allì lo que voy a relatar en la forma que puede hacerlo una persona tan miserable como yo.
Cuando hubo entrado, la Santìsima Virgen se puso, detrás de la mampara de su lecho, un largo vestido de lana blanca con ancho ceñidor y se cubriò la cabeza con un velo blando amarillento.

La Virgen tomó una mesita baja arrimada contra el muro y la puso en el centro de la habitación. La mesa estaba cubierta con una carpeta roja y azul, en medio de la cual había una figura bordada: no sè si era una letra o un adorno simplemente. Sobre la mesa había un rollo de pergamino escrito. Habièndola colocado la Virgen entre su lecho y la puerta, en un lugar donde el suelo estaba cubierto con una alfombra, puso delante de sì un pequeño cojìn redondo, sobre el cual se arrodillò, juntó la manos delante del pecho, sin cruzar los dedos. Durante largo tiempo la vi asì orando ardientemente, con la faz vuelta al cielo, invocando la Redenciòn, la venida del Rey prometido a Israel.

Vi, en medio de aquella masa de luz, un joven resplandesciente, de cabellos rubios flotantes, que habìan descendido ante Marìa, a travès de los aires. Era el Arcàngel Gabriel. Cuando hablò vi que salìan las palabras de su boca como si fuesen letras de fuego: la leì y las comprendì. Marìa inclinò un tanto su cabeza  velada a la derecha. Sin embargo, en su  modestia, no mirò al àngel. El Arcàngel siguió hablando. Marìa volvió entonces el rostro hacia èl, como si obedeciera una orden, levantò un poco el velo y respondió. El àngel dijo todavía algunas palabras. Marìa alzò el velo totalmente, mirò al àngel y pronunciò las sagradas palabras: “He aquì la sierva del Señor, hágase en mì segùn tu palabra”.

Marìa se hallaba en un profundo éxtasis. La habitación resplandecía y ya no veìa yo la lámpara  del techo ni el techo mismo. El cielo aparecía abierto. En el punto extremo de aquel rìo de luz se alzaba una figura de la Santìsima Trinidad, era como un fulgor triangular, cuyos rayos se penetraban recíprocamente. Reconocì allí Aquello que sòlo se puede adorar sin comprenderlo jamàs: el Padre, el Hijo y el Espìritu Santo y, sin embargo, un solo Dios Todopoderoso.

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Cuando la Santìsima Virgen hubo dicho: “hágase en mì segùn tu palabra”, vi una aparición del Espìritu Santo, que no se parecía a la representación habitual bajo la forma de paloma: la cabeza se asemejaba a un rostro humano; la luz se derramaba a los costados en forma de alas. Vi partir de allì tres irradiaciones luminosas hacia el costado derecho de la Virgen. Penetrò en su costado derecho, la Santìsima Virgen se volvió luminosa ella misma y como transparente: parecía que todo lo que había de opaco en ella desaparecía bajo esa luz, como la noche ante el esplèndido del dìa.

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Mientras veìa todas estas cosas en la habitación de  Marìa tuve una impresión personal de naturaleza singular. Me hallaba en angustia continua, como si me acechasen peligrosas emboscadas, y vi una horrible serpiente que se arrastraba a travès de la casa y por los escalones hasta la puerta, donde me había detenido cuando la luz penetró en la Santìsima Virgen.
Aquella serpiente era del tamaño de un niño, con la cabezota ancha y chata, y a la altura del pecho tenía dos patas cortas membranosas, armadas con garras, sobre las cuales se arrastraba, que parecían alas de murciélago. Tenìa manchas de diferentes colores, de aspecto repugnante, se parecía a la serpiente del Paraìso terrenal, pero de aspecto màs deforme y espantoso. Despuès he visto a parecer tres Espìritus, que golpearon al odioso reptil echándolo fuera de la casa.

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Pude ver que ya conocía y adoraba la  Encarnaciòn del Redentor en sì misma, donde se  hallaba como un pequeño cuerpo humano luminoso, completamente formado y provisto de todos sus miembros.

En Nazaret, no es lo mismo que en Jerusalèn, donde las mujeres deben quedarse en el atrio, sin poder entrar al Templo, porque solamente los sacerdotes tienen acceso al Santuario. En Nazaret la misma Virgen es Templo: El Santo de los Santos està en ella, como tambièn el Sumo Sacerdote y se halla Ella sola en Èl (Sal. 45: “El Altìsimo ha santificado el tabernáculo; Dios està en medio de Èl y no serà conmovido”).

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No quiso aparecer en forma de hombre perfecto como nuestro primer padre Adàn saliendo de las manos de Dios.
Èl quiso santificar nuevamente el acto de la concepción y la natividad de los hombres, degradados por el pecado original. El puro vaso de gracia de Dios había prometido a los hombres y en el cual Èl debía hacerse hombre, para pagar las deudas de la humanidad, mediante los abundantes mèritos de su Pasiòn.

Todos los hijos de Dios entre los hombres, todos, hasta los que desde el principio habìan trabajado en la obra de la santificación, han contribuido a su venida.


La Virgen Marìa contaba poco màs de catorce años cuando tuvo lugar la Encarnaciòn de Jesucristo. Jesùs llegó a la edad de treinta y tres años.

viernes, 15 de diciembre de 2017

De los vientos de cambio al frìo de la indiferencia.

¡Hace frìo, cierto! Y se siente bien, cambia el clima, es tiempo dicembrino con tradiciones, recuerdos, etc.
Siguiendo mi tendencia de persistir en la lucha por despertar conciencias, leamos la realidad. 

Sentimos el viento y lo tomamos grato, incluso en algunos campos favorece. Es un cambio.

Hablando de cambio, ¿Còmo va tu vida? ¿Otro año que ha iniciado y seguiràs en las mismas?

Yo vivo el adviento no en el calendario civil. Estos dìas se van volando, la gente no los percibe, pasamos de Cristo Rey a Navidad. Seducidos por el paganismo y la mundanidad dejamos pasar este tiempo hermoso penitencial. Tiempo de generosidad no de compras, tiempo de solidaridad con los màs necesitados; los que sufren abandono u olvido, no de pavo y luces. 
Dicen los metereologos que tras los vientos viene la baja temperatura, el frìo. Pero tras el cambio de vida debe proseguir actos firmes y concretos al bien, no al revès. De lo contrario, es porque no hemos vivido el tiempo litùrgico, sòlo nos disfrazamos para la temporada. El frìo del que les hablo es la indiferencia. 
El asunto puede tener raìces profundas en la tendencia humana a la violencia. Ese desinterès procedente de no ver en el otro a un yo. Sòlo a un “otro”, igual a mì mas no en dignidad. De ahí que la  palabra “hermano” sin el interés firme y concreto queda hueca. Este narcisismo de las diferencias como dice Freud, provoca hostilidad. Que en el mejor de los casos se traduce en indiferencia. Ignorar al otro de manera intencional se entiende como un homicidio ètico. 
A la pregunta de Caìn habrìa que decir un “sì” rotundo, somos responsables de nuestros hermanos. Valièndose de ahi el precepto del amor  es mejor entendible. Cuidar es proteger, defender, ayudar, en la medida de nuestras capacidades. Nos fijamos tanto en lo vano que despreciamos lo humano. Prostituimos y nos prostituimos en base utilitaria. Habrà quien diga que el comunismo tiene razòn al pretender abolir la propiedad privada como causa de la hostilidad, pero es una ilusiòn, pues la agresividad viene de la miseria humana, la carencia de saberse y sentirse amados por Dios, no sòlo por las criaturas cercanas. La generosidad, en cambio, es fruto del amor. Por sus frutos les conoceràn. Ese pensamiento comunista quiere instaurar en la mente pobre el criterio de materialismo dialéctico, no el de humanismo cristiano. Así se genera la polarización. 

La indiferencia se traduce desde la hostilidad que nos hacemos a nosotros mismos, es la bùsqueda por la felicidad aparente, dejando en el olvido los medios de la verdadera felicidad. La solidaridad en actos concretos y como decisiòn firme al amor es un camino acertado. Sin sacramentos no hay comuniòn, sin Cristo no hay Iglesia y sin el pròjimo, no hay viña. Lo que se hace por Dios es atravès de amar y servir al pròjimo.

Josè R. Mendoza, OP