Esta misma disputa se da en el mundo de hoy, elegir el bien es buscar aquello que nos perfecciona, ir en pos de Dios. El Cèsar representaba los poderes político-econòmicos de aquel tiempo. Lo cèsares de hoy son similares. Podemos perder de vista lo meramente importante por ir buscando el viento, el soplo, la nada; segùn nos dice Qoèlet. Vanitatis vanitatum et omnia vanitas.
Considero que si no edifica, no vale la pena.
Las estructuras deshumanizadas se instituyen con sus legalistas pretensiones de control de las conciencias, es querer atar a Dios por decreto. Un cristiano formado en principios morales y maduro en su fe, no requiere màs lìneas que los Preceptos Divinos, y sabrá adaptar segùn estos los diversos ámbitos de su vida, por los méritos de su bautismo. No significa que no obedezca, simplemente que no sigue cualquier bobada.
Dios es Septiforme, es decir, pleno en su diversidad. Ha creado al hombre en serio, no en serie.
La política y la economía deben estar orientadas al bien comùn, de todos a partir de cada cual. No es cuestión de mayorías sobre minorías. Desde ahí los preceptos serían disgregadores, evocando al diabolòs (que divide). Integrar, en la Iglesia, se logra cuando reconocemos la dignidad del prójimo. Y sì la persona es madura, sabrá vivir acorde a lo que ha optado. Hay que apostarle màs a una formación integral sistemática que a legalizar la ignorancia.
Al Cèsar lo que es del Cèsar y a Dios lo que es de Dios.
José R. Miranda, OP