En las lecturas de hoy, partiendo del Evangelio, nos refieren a la denuncia, sirve para que el Señor nos diga, de manera muy suya, los designios de la gracia.
En el Evangelio notamos la fórmula "si tu (...) es ocasión de pecado, córtatela".
Apoyándonos del sentido moral podríamos entenderlo como una sentencia: quitar de nuestra vida aquello que nos aleja del amor del Padre. Para luego, abandonarnos a la voluntad del Señor, dada a nosotros en los Mandamientos.
Analicemos los signos:
1) Mano: son las acciones propias de nuestra voluntad.
2) Pie: mi escala de valores. Hacia donde voy en la vida.
3) Ojo: mi criterio (¿què ando buscando?)
Para comprender mejor estas imágenes conviene releer la 2a lectura: "entregados al lujo y al placer, engordando como reses para el dìa de la matanza. Han condenado a los inocentes y los han matado, porque no podìan defenderse".
Se entiende pues, como nuestra manera de ver la vida, de buscar el "gozo" y juzgar no siempre a la Luz de la Verdad, puede darnos un "falso positivo".
Retomemos ahora la 1a lectura: "Ojalà que todo el pueblo De Dios (la Iglesia) fuera profeta y descendiera sobre ellos el espíritu del Señor".
De esta forma, Moisés habla en clave eclesiològica y en sentido anagògico.
Si hemos prestado atención, màs allá del barullo de nuestras ideas, los textos nos refieren a la denuncia oportuna de la relación de los hombres entre sí y con Dios. Violaron los preceptos Divinos y la dignidad humana por la búsqueda de una vida còmoda alcanzada con riquezas corrompidas por la forma en que las obtuvieron; el profeta debe decir tal cual las cosas como son, sin tapujos.
Dios le ha encomendado la labor de construir el Reino por medio de la Palabra.
El signo profético se comprende en el modo de vivir segùn cada uno. Es ir de las apariencias a un estilo verdadero y eficaz de ser cristianos. Aquel que predica con la verdad, 'ha de caer mal'.
El profeta tiene como deber agradar a Dios, no a los hombres.
Quitemonos la idea caricaturesca de la adivinación, esos son charlatanes no profetas, segùn el corazón de Dios.
Josè Mendoza, op