Hemos llegado al tercer domingo de Adviento, cosa que no es ningún secreto para quien vive en el tiempo de la Iglesia.
En este domingo, se nos invita a estar alegres por la venida del Salvador, no a la alegría efímera de nuestra confianza en lo terreno y perecedero. Tampoco es la alegría carente de problemas, preocupaciones y demás, esa, más bien seria comodidad.
La Venida del Mesìas nos exhorta a reflexionar en como va mi vida, mis añoranzas, mis criterios, etc.
No podemos decir "ven Señor, Jesùs", si nuestro corazón no es coherente para recibirle (el corazón son nuestras intenciones), de ahi que las obras de caridad se convierten en los ladrillos con que construimos la casa para alojar a nuestro Salvador.
No podemos decir "ven Señor, Jesùs", si nuestro corazón no es coherente para recibirle (el corazón son nuestras intenciones), de ahi que las obras de caridad se convierten en los ladrillos con que construimos la casa para alojar a nuestro Salvador.
¡Alegremonos!, pues nuestra confianza esta en el Señor, que hizo el cielo y la tierra. Ciñamonos de penitencia con un rostro lleno de gozo, pues ninguna de nuestras lagrimas quedará sin ser atendidas por la Divina Providencia.
Ya puestos en pie ante el pesebre, recordemos nuestra miseria y a què ha venido ese niño que se privó de lo mucho para dárnoslo todo, que se da como regalo por el infitino amor que profesa hacia su criatura caida en el pecado, nosotros.
Pienso en esto: "yo soy digno de sufrir e índigno de la recompensa", màs Dios nos ama infinitamente tanto, que nos ha dado al Salvador de las almas, para que todo aquel que en èl crea, no se pierda y tenga la vida eterna.
Concluyo con esto, cuando pensemos en los pobres, sepamos que no hay nadie màs miserable que un pecador. Pero en lo posible, asistamos a las necesidad materiales y afectivas de nuestro prójimo.
Josè Roberto Mendoza
No hay comentarios:
Publicar un comentario