En este Domingo se nos presenta la oportunidad para revalorizar la Palabra de Dios.
Primer problema, ¿sabes en què consiste la Palabra de Dios? Popularmente se cree que trata exclusivamente de la Biblia, lo cual es una verdad a medias. Doctrinalmente se entiende como la unión de las Sagradas Escrituras y la Divina Tradiciòn (dada a los Apóstoles y, por estos, a los padres de la Iglesia, apologistas, teólogos, etc), de las cuales el Magisterio, está a su servicio, interpretándolas y explicando para nosotros las Escrituras (encíclicas, exhortaciones post sinodales, sínodos, concilios, el Catecismo, etc)
Esta unión la podemos apreciar en el ambón cuando, el lector y luego el ministro ordenado, hacen la lectura y proclamación de la Palabra de Dios para posteriormente, siguiendo los lineamientos de una sana homiletica, explicárnoslas.
Proclamar: decir una cosa en voz alta y públicamente (de forma solemne).
Segundo problema, ¿cómo hacer vida la Palabra de Dios? En Nínive la Palabra dada al profeta les fue proclamada y, el pueblo, la acogió en su corazón a manera de Metanoía (conversiòn de la mente y del corazón) cambiando su manera de vivir y reordenándola hacia la penitencia.
Para que las lecturas dominicales, leídas y proclamadas, se hagan vida, deben ir acompañadas de nuestra penitencia como fruto de un cambio de pensamiento y de corazón (orden de nuestras prioridades)
Ya lo dice el apóstol Pablo, este mundo y lo que en el se halla es pasajero, incluyendo nuestros días y el aprovechamiento del tiempo.
Jose R. Mendoza
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