El Bautismo (lavado, unción, consagración) es la puerta grande para entrar en la vida de la gracia, de la Iglesia, de los Sacramentos y ser, en efecto, hijos de Dios; hijos en el Hijo.
Este es un tema interesante, ser hijos de Dios impera haber recibido el bautismo bajo la forma trinitaria (segùn enseña la Iglesia), quien no tiene el bautismo, sin dejar de ser persona humana con todo lo que implica su dignidad, es nada màs que criatura de Dios.
Por eso Dios ha querido que todos se hagan bautizar (como nos dice al final del Evangelio según sn. Mateo) pues, si para ser hijos en el Hijo no hiciera falta el bautismo sacramental, quedando este reducido al mero gusto, todos los demás sacramentos, a los cuales tenemos acceso mediante el bautismo, perderían su razón y eficacia real.
No hablo de una exigencia burocrática, sino de una más grande, del alma. Y es porque el alimento del alma no se reduce a comer y dormir, requiere por tanto, otro tipo de garantías.
Alimentemos el alma haciendo valer nuestro bautismo profundizando y viviendo según la Sana Doctrina y los Sacramentos.
Citando al Papa Emérito Benedicto XVI:
“no se comienza a ser cristiano por una desiciòn ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva...”
(Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2013)
Como punto final, te invito a leer la Carta Apostòlica en forma de ´Mutio Propio´ Porta Fidei del 11 de octubre de 2011.
Josè R. Mendoza
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