Segundo modo de orar
Oraba
con frecuencia Santo Domingo postrado completamente, rostro en tierra. Se dolía
en su interior y se decía a sí mismo, y lo hacía a veces en tono tan alto, que
en ocasiones le oían recitar aquel versículo del Evangelio: "¡Oh Dios!,
ten compasión de este pecador" (Lc 18, 13). Con piedad y reverencia,
recordaba frecuentemente aquellas palabras de David: "Yo soy el que ha
pecado y obrado inicuamente" (Sal 50, 5).
Del
salmo que comienza, "Con nuestros oídos ¡oh Dios! hemos oído",
recitaba con vigor y devoción el versículo que dice: "Porque mi alma ha
sido humillada hasta el polvo, y mi cuerpo pegado a la tierra" (Sal 43,
26). En alguna ocasión, queriendo exhortar a los frailes con cuanta reverencia
debían orar, les decía: "Los Reyes Magos entraron..., y cayendo de
rodillas, lo adoraron" (Mt 2, 11)...
Nosotros
pedimos perdón por nuestros pecados y decimos: ¡Señor, ten piedad!
Hacemos
memoria en nuestro interior de los niños y niñas que en el mundo están
sometidos a todo tipo de explotación, trabajo o delincuencia.
Recordamos a emigrantes humillados por nuestras
maneras de vivir que justificamos hasta con leyes.
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