San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Homilía sobre “l’Aqueduc”, 10-11
Aquel que dice: “...el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10,38) dice también : “Yo he venido de Dios y estoy aquí enviado por él...” (Jn 8,42) ...El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. (Jn 1,14) Con toda seguridad vive en nosotros por la fe y habita en nuestra memoria, habita en nuestro pensamiento y desciende incluso hasta nuestra imaginación. Antes, efectivamente, ¿qué idea podía el hombre hacerse de Dios sino la de un ídolo fabricado por su propio ingenio? Dios era incomprensible e inaccesible, invisible y perfectamente inalcanzable para el pensamiento. Pero ahora, Dios quiere que se le pueda comprender, que se le pueda ver, que se le pueda tocar y alcanzar con el pensamiento.
¿De qué manera? me preguntas. Sin duda alguna, escondido en un pesebre, descansando sobre las rodillas de la Virgen, predicando en la montaña, orando de noche; y no menos, clavado en la cruz, lívido en la muerte, libre entre los muertos y victorioso sobre el infierno. En fin, resucitando el tercer día, mostrando a los apóstoles las llagas de los clavos, signos de su victoria, y, por fin, subiendo ante su mirada, hacia los cielos.
De todos estos acontecimientos ¿hay uno sólo que deje de suscitar en nosotros un pensamiento verdadero, fervoroso y santo? En cualquiera de ellos que piense, pienso en Dios, y, a través de todo ello, él es mi Dios. Meditar estos acontecimientos es la sabiduría misma...Es la dulzura que María meditaba en su corazón, elevado a las alturas y desde ahí nos la comunica a nosotros.
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