Todo discípulo de Jesús ha de seguir sus pasos, vivir sus actitudes, realizar lo que San Pablo llama el proceso de cristificación. “Sufro dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros”. Pero hay algunos cristianos que llegan a vivir situaciones personales como las de Jesús. Es el caso de Esteban, cristiano de la primitiva iglesia. Hombre “lleno de gracia y de poder, que realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo”, y todo ello en nombre de Jesús el Resucitado. Algo que molestó a ciertos judíos de la sinagoga de los Libertos, que veían amenazada su religión. A Jesús también le pidieron explicaciones de sus curaciones y signos. También Esteban discute con ellos pero sus adversarios “no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba”. El mismo Jesús siempre pronunciaba palabras muy por encima de sus oponentes, porque “Yo hablo lo que he visto en el Padre… Mi doctrina no es mía, es de quien me ha enviado”.
No teniendo mejores argumentos acuden a testigos falsos para que testifiquen con mentira en su contra: “Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios”. La misma situación que sufrió Jesús en su injusto proceso. En este pasaje de la primera lectura, no se relata el desenlace de Esteban. Pero sabemos que fue el mismo que el de Jesús. Fue martirizado, aunque su final, al igual que Jesús, no fue la muerte, sino la resurrección a una vida de eterna felicidad.
“¿Por qué me buscáis?”
Ciertamente hay que alabar al que en nuestro mundo luche por solucionar el problema del hambre en cualquier parte del mundo. Merece un gran aplauso. Pero Jesús ya nos advirtió que “no sólo de pan vive el hombre”. Por eso, además de saciar el hambre de pan de sus oyentes, en alguna ocasión nos ofrece el alimento que sacia el hambre de sentido, el hambre de absoluto, el hambre de esperanza, el hambre de eternidad, el hambre de felicidad. Algo que el hombre necesita tanto o más que el pan material.
Jesús, a propósito de lo que relata el evangelio de hoy, preguntó a sus buscadores de entonces y a nosotros, sus buscadores de ahora, sobre la verdadera razón de nuestra búsqueda: “¿Por qué me buscáis?”. No es una pregunta retórica. Por desgracia, en nosotros no todo es limpio como el agua clara. En nuestra búsqueda y seguimiento de Jesús, además de motivos limpios, hay también, a veces, deseos de prestigio, de poder, de la alabanza de los demás, de cubrir solo las necesidades materiales… En el evangelio de hoy Jesús, queriendo purificar nuestro corazón, nos pregunta: ¿Por qué me buscáis?
Fray Manuel Santos Sánchez Real Convento de Predicadores (Valencia) |
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