Visiones de Ana Catalina Emmerick
INTRODUCCIÒN:
Nuestro objetivo es ver y contemplar el
lugar, la situación. Luego oìr lo que cada persona dice o calla en silencio.
Finalmente, mirar lo que pasa, lo que esas personas hacen en aquel lugar.
LA
ANUNCIACIÒN DEL ANGEL
25 de marzo de 1821. Tuve una visión de
la Anunciaciòn de Marìa el dìa de esa fiesta.
He visto a la Virgen Santìsima poco
despuès de su casamiento, en la casa de Sn. Josè, en Nazaret. Josè había salido
con dos asnos para buscar herramientas de su oficio.
Fui conducida hasta aquella habitación
por el joven resplandeciente que siempre me acompaña, y vi allì lo que voy a
relatar en la forma que puede hacerlo una persona tan miserable como yo.
Cuando hubo entrado, la Santìsima Virgen
se puso, detrás de la mampara de su lecho, un largo vestido de lana blanca con
ancho ceñidor y se cubriò la cabeza con un velo blando amarillento.
La Virgen tomó una mesita baja arrimada
contra el muro y la puso en el centro de la habitación. La mesa estaba cubierta
con una carpeta roja y azul, en medio de la cual había una figura bordada: no
sè si era una letra o un adorno simplemente. Sobre la mesa había un rollo de
pergamino escrito. Habièndola colocado la Virgen entre su lecho y la puerta, en
un lugar donde el suelo estaba cubierto con una alfombra, puso delante de sì un
pequeño cojìn redondo, sobre el cual se arrodillò, juntó la manos delante del
pecho, sin cruzar los dedos. Durante largo tiempo la vi asì orando
ardientemente, con la faz vuelta al cielo, invocando la Redenciòn, la venida
del Rey prometido a Israel.
Vi, en medio de aquella masa de luz, un
joven resplandesciente, de cabellos rubios flotantes, que habìan descendido
ante Marìa, a travès de los aires. Era el Arcàngel Gabriel. Cuando hablò vi que
salìan las palabras de su boca como si fuesen letras de fuego: la leì y las
comprendì. Marìa inclinò un tanto su cabeza
velada a la derecha. Sin embargo, en su
modestia, no mirò al àngel. El Arcàngel siguió hablando. Marìa volvió
entonces el rostro hacia èl, como si obedeciera una orden, levantò un poco el
velo y respondió. El àngel dijo todavía algunas palabras. Marìa alzò el velo
totalmente, mirò al àngel y pronunciò las sagradas palabras: “He aquì la sierva
del Señor, hágase en mì segùn tu palabra”.
Marìa se hallaba en un profundo éxtasis.
La habitación resplandecía y ya no veìa yo la lámpara del techo ni el techo mismo. El cielo
aparecía abierto. En el punto extremo de aquel rìo de luz se alzaba una figura
de la Santìsima Trinidad, era como un fulgor triangular, cuyos rayos se
penetraban recíprocamente. Reconocì allí Aquello que sòlo se puede adorar sin
comprenderlo jamàs: el Padre, el Hijo y el Espìritu Santo y, sin embargo, un
solo Dios Todopoderoso.
…..
Cuando la Santìsima Virgen hubo dicho:
“hágase en mì segùn tu palabra”, vi una aparición del Espìritu Santo, que no se
parecía a la representación habitual bajo la forma de paloma: la cabeza se
asemejaba a un rostro humano; la luz se derramaba a los costados en forma de
alas. Vi partir de allì tres irradiaciones luminosas hacia el costado derecho
de la Virgen. Penetrò en su costado derecho, la Santìsima Virgen se volvió
luminosa ella misma y como transparente: parecía que todo lo que había de opaco
en ella desaparecía bajo esa luz, como la noche ante el esplèndido del dìa.
…..
Mientras veìa todas estas cosas en la
habitación de Marìa tuve una impresión
personal de naturaleza singular. Me hallaba en angustia continua, como si me
acechasen peligrosas emboscadas, y vi una horrible serpiente que se arrastraba
a travès de la casa y por los escalones hasta la puerta, donde me había
detenido cuando la luz penetró en la Santìsima Virgen.
Aquella serpiente era del tamaño de un
niño, con la cabezota ancha y chata, y a la altura del pecho tenía dos patas
cortas membranosas, armadas con garras, sobre las cuales se arrastraba, que
parecían alas de murciélago. Tenìa manchas de diferentes colores, de aspecto
repugnante, se parecía a la serpiente del Paraìso terrenal, pero de aspecto màs
deforme y espantoso. Despuès he visto a parecer tres Espìritus, que golpearon
al odioso reptil echándolo fuera de la casa.
…..
Pude ver que ya conocía y adoraba la Encarnaciòn del Redentor en sì misma, donde
se hallaba como un pequeño cuerpo humano
luminoso, completamente formado y provisto de todos sus miembros.
En Nazaret, no es lo mismo que en
Jerusalèn, donde las mujeres deben quedarse en el atrio, sin poder entrar al
Templo, porque solamente los sacerdotes tienen acceso al Santuario. En Nazaret
la misma Virgen es Templo: El Santo de los Santos està en ella, como tambièn el
Sumo Sacerdote y se halla Ella sola en Èl (Sal. 45: “El Altìsimo ha santificado
el tabernáculo; Dios està en medio de Èl y no serà conmovido”).
…..
No quiso aparecer en forma de hombre
perfecto como nuestro primer padre Adàn saliendo de las manos de Dios.
Èl quiso santificar nuevamente el acto de
la concepción y la natividad de los hombres, degradados por el pecado original.
El puro vaso de gracia de Dios había prometido a los hombres y en el cual Èl
debía hacerse hombre, para pagar las deudas de la humanidad, mediante los
abundantes mèritos de su Pasiòn.
Todos los hijos de Dios entre los
hombres, todos, hasta los que desde el principio habìan trabajado en la obra de
la santificación, han contribuido a su venida.
La Virgen Marìa contaba poco màs de
catorce años cuando tuvo lugar la Encarnaciòn de Jesucristo. Jesùs llegó a la
edad de treinta y tres años.