"Èl se acercò, la tomò de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo màs fiebre y se puso a servirles".
Jesùs sale de la Sinagoga. Va a visitar a la suegra de Pedro. Al atardecer, luego de ponerse el sol, le llevan a los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reune delante de la puerta. Por la mañana, antes de amanecer, se levanta, sale y va a un lugar desierto a orar. Luego se dirige con los Apòstoles a otras ciudades a predicar, por las sinagogas de toda Galilea y expulsando demonios.
Vemos un tipo de agenda que Jesùs lleva. "A esto he venido", les dice. El acontecimiento de la suegra de Pedro es para que los discìpulos vean los prodigios como lo anunciaron los profetas y oigan de la viva fuente, la Verdad Revelada.
Jesùs se vale de la enfermedad para acercarnos màs. Acudamos en nuestras dolencias y necesidades a los pies de Cristo, pero no para quejarnos o suplicar un miliagro y nada màs, sino para encarar la realidad de la encarnacion de Cristo, que por medio de sus flagelos nos ha abierto las puertas del Paraìso. Cada herida de Cristo es una ventana a la eternidad. Y nosotros le acompañamos con nuestras dolencias, dignamente aceptadas y felizmente encaradas. Sòlo asì podrèmos hablar a otros del anuncio de Salvaciòn_ Encarnando nuestra predicaciòn desde la realidad. Como resultado, cada uno es apóstol en su cotidianidad.
Josè Miranda, laico dominico.
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