CONTENIDO DE LA EVANGELIZACIÓN
Contenido esencial y elementos secundarios
25. En el mensaje que anuncia la Iglesia hay ciertamente muchos elementos
secundarios, cuya presentación depende en gran parte de los cambios de circunstancias.
Tales elementos cambian también. Pero hay un contenido esencial, una substancia viva,
que no se puede modificar ni pasar por alto sin desnaturalizar gravemente la
evangelización misma.
Un testimonio al amor del Padre
26. No es superfluo recordarlo: evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera
sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo.
Testimoniar que ha amado al mundo en su Verbo Encarnado, ha dado a todas las cosas
el ser y ha llamado a los hombres a la vida eterna. Para muchos, es posible que este
testimonio de Dios desconocido (55), a quien adoran sin darle un nombre concreto, o al
que buscar por sentir una llamada secreta en el corazón, al experimentar la vacuidad de
todos los ídolos. Pero este testimonio resulta plenamente evangelizador cuando pone de
manifiesto que para el hombre el Creador no es un poder anónimo y lejano: es Padre.
"Nosotros somos llamados hijos de Dios, y en verdad lo somos" (56) y, por tanto, somos
hermanos los unos de los otros, en Dios.
Centro del mensaje: la salvación en Jesucristo
27. La evangelización también debe contener siempre —como base, centro y a la vez
culmen de su dinamismo— una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios
hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como
don de la gracia y de la misericordia de Dios (57). No una salvación puramente
inmanente, a medida de las necesidades materiales o incluso espirituales que se agotan
en el cuadro de la existencia temporal y se identifican totalmente con los deseos, las
esperanzas, los asuntos y las luchas temporales, sino una salvación que desborda todos
estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto Dios, salvación
trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su
cumplimiento en la eternidad.
Bajo el signo de la esperanza
28. Por consiguiente, la evangelización no puede por menos de incluir el anuncio
profético de un más allá, vocación profunda y definitiva del hombre, en continuidad y
discontinuidad a la vez con la situación presente: más allá del tiempo y de la historia,
más allá de la realidad de ese mundo, cuya dimensión oculta se manifestará un día; más
allá del hombre mismo, cuyo verdadero destino no se agota en su dimensión temporal
sino que nos será revelado en la vida futura (58). La evangelización comprende además
la predicación de la esperanza en las promesas hechas por Dios mediante la nueva
alianza en Jesucristo; la predicación del amor de Dios para con nosotros y de nuestro amor hacia Dios, la predicación del amor fraterno para con todos los hombres —
capacidad de donación y de perdón, de renuncia, de ayuda al hermano— que por
descender del amor de Dios, es el núcleo del Evangelio; la predicación del misterio del
mal y de la búsqueda activa del bien. Predicación, asimismo, y ésta se hace cada vez
más urgente, de la búsqueda del mismo Dios a través de la oración, sobre todo de
adoración y de acción de gracias, y también a través de la comunión con ese signo
visible del encuentro con Dios que es la Iglesia de Jesucristo; comunión que a su vez se
expresa mediante la participación en esos otros signos de Cristo, viviente y operante en
la Iglesia, que son los sacramentos. Vivir de tal suerte los sacramentos hasta conseguir
en su celebración una verdadera plenitud, no es, como algunos pretenden, poner un
obstáculo o aceptar una desviación de la evangelización: es darle toda su integridad.
Porque la totalidad de la evangelización, aparte de la predicación del mensaje, consiste
en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental
culminante en la Eucaristía (59).
Un mensaje que afecta a toda la vida
29. La evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación
recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida
concreta, personal y social, del hombre. Precisamente por esto la evangelización lleva
consigo un mensaje explícito, adaptado a las diversas situaciones y constantemente
actualizado, sobre los derechos y deberes de toda persona humana, sobre la vida
familiar sin la cual apenas es posible el progreso personal (60), sobre la vida
comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz, la justicia, el desarrollo;
un mensaje, especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación.
Un mensaje de liberación
30. Es bien sabido en qué términos hablaron durante el reciente Sínodo numerosos
obispos de todos los continentes y, sobre todo, los obispos del Tercer Mundo, con un
acento pastoral en el que vibraban las voces de millones de hijos de la Iglesia que
forman tales pueblos. Pueblos, ya lo sabemos, empeñados con todas sus energías en el
esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de
la vida: hambres, enfermedades crónicas, analfabetismo, depauperación, injusticia en las
relaciones internacionales y, especialmente, en los intercambios comerciales,
situaciones de neocolonialismo económico y cultural, a veces tan cruel como el político,
etc. La Iglesia, repiten los obispos, tiene el deber de anunciar la liberación de millones
de seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que
nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto
no es extraño a la evangelización.
En conexión necesaria con la promoción humana
31. Entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen
efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre
que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas
sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de
la creación del plan de la redención que llega hasta situaciones muy concretas de
injusticia, a la que hay que combatir y de justicia que hay que restaurar. Vínculos de
orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el
auténtico crecimiento del hombre? Nos mismos lo indicamos, al recordar que no es
posible aceptar "que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones
extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al
desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del
Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad" (61).
Pues bien, las mismas voces que con celo, inteligencia y valentía abordaron durante el
Sínodo este tema acuciante, adelantaron, con gran complacencia por nuestra parte, los
principios iluminadores para comprender mejor la importancia y el sentido profundo de
la liberación tal y como la ha anunciado y realizado Jesús de Nazaret y la predica la
Iglesia.
Sin reducciones ni ambigüedades
32. No hay por qué ocultar, en efecto, que muchos cristianos generosos, sensibles a las
cuestiones dramáticas que lleva consigo el problema de la liberación, al querer
comprometer a la Iglesia en el esfuerzo de liberación han sentido con frecuencia la
tentación de reducir su misión a las dimensiones de un proyecto puramente temporal; de
reducir sus objetivos, a una perspectiva antropocéntrica; la salvación, de la cual ella es
mensajera y sacramento, a un bienestar material; su actividad —olvidando toda
preocupación espiritual y religiosa— a iniciativas de orden político o social. Si esto
fuera así, la Iglesia perdería su significación más profunda. Su mensaje de liberación no
tendría ninguna originalidad y se prestaría a ser acaparado y manipulado por los
sistemas ideológicos y los partidos políticos. No tendría autoridad para anunciar, de
parte de Dios, la liberación. Por eso quisimos subrayar en la misma alocución de la
apertur del Sínodo "la necesidad de reafirmar claramente la finalidad específicamente
religiosa de la evangelización. Esta última perdería su razón de ser si se desviara del eje
religioso que la dirige: ante todo el reino de Dios, en su sentido plenamente teológico"
(62).
La liberación evangélica...
33. Acerca de la liberación que la evangelización anuncia y se esfuerza por poner en
práctica, más bien hay que decir:
no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o
cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida
su apertura al Absoluto, que es Dios;
va por tanto unida a una cierta concepción del hombre, a un antropología que no
puede nunca sacrificarse a las exigencias de una estrategia cualquiera, de una praxis
o de un éxito a corto plazo.
... centrada en el reino de Dios...
34. Por eso, al predicar la liberación y al asociarse a aquellos que actúan y sufren por
ella, la Iglesia no admite el circunscribir su misión al solo terreno religioso,
desinteresándose de los problemas temporales del hombre; sino que reafirma la
primacía de su vocación espiritual, rechaza la substitución del anuncio del reino por la proclamación de las liberaciones humanas, y proclama también que su contribución a la
liberación no sería completa si descuidara anunciar la salvación en Jesucristo.
... en una visión evangélica del hombre...
35. La Iglesia asocia, pero no identifica nunca, liberación humana y salvación en
Jesucristo, porque sabe por revelación, por experiencia histórica y por reflexión de fe,
que no toda noción de liberación es necesariamente coherente y compatible con una
visión evangélica del hombre, de las cosas y de los acontecimientos; que no es
suficiente instaurar la liberación, crear el bienestar y el desarrollo para que llegue el
reino de Dios.
Es más, la Iglesia está plenamente convencida de que toda liberación temporal, toda
liberación política —por más que ésta se esfuerce en encontrar su justificación en tal o
cual página del Antiguo o del Nuevo Testamento; por más que acuda, para sus
postulados ideológicos y sus normas de acción, a la autoridad de los datos y
conclusiones teológicas; por más que pretenda ser la teología de hoy— lleva dentro de
sí misma el germen de su propia negación y decae del ideal que ella misma se propone,
desde el momento en que sus motivaciones profundas no son las de la justicia en la
caridad, la fuerza interior que la mueve no entraña una dimensión verdaderamente
espiritual y su objetivo final no es la salvación y la felicidad en Dios.
... que exige una necesaria conversión
36. La Iglesia considera ciertamente importante y urgente la edificación de estructuras
más humanas, más justas, más respetuosas de los derechos de la persona, menos
opresivas y menos avasalladoras; pero es consciente de que aun las mejores estructuras,
los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos si las inclinaciones
inhumanas del hombre no son saneadas si no hay una conversión de corazón y de mente
por parte de quienes viven en esas estructuras o las rigen.
Exclusión de la violencia
37. La Iglesia no puede aceptar la violencia, sobre todo la fuerza de las armas —
incontrolable cuando se desata— ni la muerte de quienquiera que sea, como camino de
liberación, porque sabe que la violencia engendra inexorablemente nuevas formas de
opresión y de esclavitud, a veces más graves que aquellas de las que se pretende liberar.
"Os exhortamos —decíamos ya durante nuestro viaje a Colombia— a no poner vuestra
confianza en la violencia ni en la revolución; esta actitud es contraria al espíritu
cristiano e incluso puede retardar, en vez de favorecer, la elevación social a la que
legítimamente aspiráis" (63). "Debemos decir y reafirmar que la violencia no es ni
cristiana ni evangélica, y que los cambios bruscos o violentos de las estructuras serán
engañosos, ineficaces en sí mismos y ciertamente no conformes con la dignidad del
pueblo" (64).
Contribución específica de la Iglesia
38. Dicho esto, nos alegramos de que la Iglesia tome una conciencia cada vez más viva
de la propia forma, esencialmente evangélica, de colaborar a la liberación de los
hombres. Y ¿qué hace? Trata de suscitar cada vez más numerosos cristianos que se dediquen a la liberación de los demás. A estos cristianos "liberadores" les da una
inspiración de fe, una motivación de amor fraterno, una doctrina social a la que el
verdadero cristiano no sólo debe prestar atención, sino que debe ponerla como base de
su prudencia y de su experiencia para traducirla concretamente en categorías de acción,
de participación y de compromiso. Todo ello, sin que se confunda con actitudes tácticas
ni con el servicio a un sistema político, debe caracterizar la acción del cristiano
comprometido. La Iglesia se esfuerza por inserir siempre la lucha cristiana por la
liberación en el designio global de salvación que ella misma anuncia.
Todo lo que acabamos de recordar aquí se trató más de una vez en los debates del
Sínodo. También Nos quisimos consagrar a este tema algunas palabras de
esclarecimiento en la alocución que dirigimos a los padres al final de la Asamblea (65).
Esperamos que todas estas consideraciones puedan ayudar a evitar la ambigüedad que
reviste frecuentemente la palabra "liberación" en las ideologías, los sistemas o los
grupos políticos. La liberación que proclama y prepara la evangelización es la que
Cristo mismo ha anunciado y dado al hombre con su sacrificio.
Libertad religiosa
39. De esta justa liberación, vinculada a la evangelización, que trata de lograr
estructuras que salvaguarden la libertad humana, no se puede separar la necesidad de
asegurar todos los derechos fundamentales del hombre, entre los cuales la libertad
religiosa ocupa un puesto de primera importancia. Recientemente hemos hablado acerca
de la actualidad de un importante aspecto de esta cuestión, poniendo de relieve como
"muchos cristianos, todavía hoy, precisamente porque son cristianos o católicos, viven
sofocados por una sistemática opresión. El drama de la fidelidad a Cristo y de la libertad
de religión, si bien paliado por declaraciones categóricas en favor de los derechos de la
persona y de la sociabilidad humana, continúa" (66).
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